Ella lo busca entre la gente,
esperaba encontrarlo en los alrededores de la rambla.
Muchas veces hubiera querido ir a
ver como bailaba, así que hoy iba a remediarlo.
No hay rastro de él, ni de ninguna música
de baile.
Entre el bullicio de gente decide
seguir su camino calle arriba.
En la distancia reconoce un calzado, el más cómodo,
y unos pantalones de pana, sus preferidos para los fríos
inviernos.
A medida que se acerca allí lo
encuentra, sentado en un banco.
Ella se sienta junto a él alegre de
haberlo podido encontrar finalmente.
Puede que hoy no sea día para bailar
sardanas, él lamenta.
Pese a todo, el bonito día de sol acompaña
a pasar un rato en la calle
y hablar de viejas historias.
En ocasiones recuerda su pasado, que
se quedó en otra España,
su juventud en un pueblo manchego, su servicio militar
en Madrid.
Destinada su vida a la eterna
juventud, sigue siendo un alma libre.
Pasó noches en bares llenos de
música y guitarras sin tregua,
ahora pasa días de largos paseos y
recuerdos,
conservando aún en su memoria cada nota y melodía de aquellas
canciones.
Sus ojos azules siguen brillando entre su espeso cabello blanco.
Sus dedos siguen vibrando al tocar
cada cuerda de su laúd.
Su música sigue, eternamente viva,
en su corazón.
(Hacía tiempo que no me animaba a escribir,
olvidé que lo más cercano es lo que más nos inspira)