5/5/21

¿Hasta cuándo?


Piropos que atosigan, que molestan, que intimidan. 

Comentarios que no halagan, que no nutren el alma, que ni siquiera empoderan.

No te pedí tu opinión y me la diste. 

No te doy respuesta, pero te reiteras. ¿Hasta cuándo?

Me invades mediante palabras y pienso, ¿por qué?


Me topé con mi vecino una tarde al salir de casa, era verano y yo llevaba unos pantalones cortos. Sus palabras al verme fueron: «os quejáis de ser violadas, pero vais así vestidas...».

Y llega la culpa: culpables por ir así vestidas, culpables de las pulsiones de los hombres. 

Esta es la cultura de la violación, donde la mujer aprende, desde bien joven, que puede ser atacada y debe ir con cuidado, y si algún día sucediera, quizás tus familiares, tus miedos y la sociedad te culparían. 

Y hablemos de la sexualización, el cuerpo del hombre se muestra y es correcto. Pero nuestras piernas, nuestros escotes y nuestro culo se sexualizan, se criminalizan.


De madrugada, una sala de baile. Se crea una distancia extremadamente corta entre un chico que se me acerca y yo. Un no-distanciamiento de enorme intromisión. Le rechazo negando con la cabeza. 

Él me espeta, molesto: «que seas guapa no significa que debas ser una creída».

Y te tomaste la libertad de faltarme al respeto

Y te tomaste la libertad de juzgarme. 

Incluso hasta pensaste que tenías el derecho de hacerlo.


Hubo un jefe, yo tendría unos 27 años. Se dedicaba a rozar sus brazos en mis pechos al acercarse a mí, como de forma torpe o errónea. Tanto que al principio dudé de la naturaleza de su acción.

Él era un Hombre Importante.

Yo era sólo una subordinada, mujer y joven.

Él tenía todo el poder. Yo, por no tener, no tenía ni voz ni credibilidad.

¿Eran imaginaciones mías? 

Mi compañero de trabajo sembraba la duda. 

Y la credibilidad, siempre ligada al poder. 

Y la dignidad, aplastada por el privilegio de clase.


Lo que no se identifica se mantiene invisibilizado, no existe, no se cuestiona, no se juzga, se perpetúa. 







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